viernes, 11 de septiembre de 2009

ENTRE LOS MUROS

Entre los muros: un film que (se) interroga sobre la educación
Extraido De EDUCARED


La película de Laurent Cantet está basada en la obra del escritor y docente François Begaudeau, que también protagoniza el film, encarnando a M. Marin. Junto a él, un grupo de actores no profesionales, seleccionados entre los estudiantes de una escuela media de París, recrean la vida en la escuela. La extraordinaria calidad del resultado hizo que Entre los muros se alzara con el premio mayor en el Festival de Cannes de 2008, barriendo con el glamour, la celebridad y las superproducciones. Entre los muros es no solo un film ineludible para los educadores sino un sugerente material para compartir y discutir con los alumnos.
"Soy profesor de tablas de multiplicar. A veces logro enseñar matemática." Así se presenta uno de los personajes a los colegas recién llegados. La escena se desarrolla en una escuela media de un barrio popular de París, pero la experiencia podría repetirse en cualquier ciudad, en cualquier escuela. Ese es el principal encanto de Entre los muros: los personajes, los diálogos, los conflictos que atraviesan a docentes y alumnos a lo largo de la película reaparecen en cualquier comunidad educativa marcada por la segmentación social y cultural, por la dificultad para adecuar los objetivos de la escuela media a las demandas e intereses de los estudiantes, por la brecha generacional...

Desde el sugerente título, la película de Cantet plantea las dificultades de trascender la lógica que impera "entre los muros" y trata de dar cuenta de las inquietudes y dificultades que los estudiantes traen desde más allá del muro, desde el mundo en el que deben vivir sus vidas.

Es interesante pensar la relación del film con otro trabajo que retrató la escuela francesa de los años 40: Los 400 golpes, de François Truffaut. Allí se mostraba un institución extraordinariamente rígida, con jerarquías inflexibles, gélidos métodos de enseñanza y castigos severos. (Sobre Los 400 golpes de Francois Truffaut puede verse este texto.)

Sin duda, ni la relación entre el docente y los alumnos de Entre los muros es comparable a los niveles de autoritarismo que planteaba Truffaut, ni la escuela o la sociedad francesa son las mismas. Sin embargo, las preguntas permanecen: ¿qué hacer con "la diferencia"?

¿Qué pasa cuando un joven no encuentra, ni en la familia ni en la escuela, puntos de orientación, contención emocional o un marco de relaciones que le permitan un desarrollo intelectual y emocional adecuado?

El aula es espejo de una sociedad marcada por los problemas ligados a la inmigración –diferencias lingüísticas, culturales, religiosas, emocionales–. Allí los docentes se encuentran tironeados entre el deseo de atender –y entender– las demandas de los alumnos y la necesidad de enseñar ciertos contenidos disciplinares y de cumplir con las exigencias institucionales, cuyo ritmo de cambio no se adecua fácilmente a lo que ocurre más allá de los muros.

Los cuestionamientos de los chicos encuentran siempre el camino para “meter el dedo en la llaga”, para detectar con agudeza las debilidades de los adultos y del sistema, y buscan expresarlas, ya sea con timidez o con insolencia.

Una de las escenas más notables de la película corresponde al diálogo que prepara la producción de un autorretrato. Cuando el profesor intenta indagar sobre la resistencia de los chicos a hablar de sí mismos surgen planteos como: “Usted nos pregunta para que hablemos, pero no es verdad”, explica una de las chicas. “¿Qué cosa no es verdad?” –pregunta Marin–. “Que le interese saber de nosotros..” es la franca y dura respuesta. A partir de allí, se plantea una conversación de una enorme riqueza acerca de la privacidad, el pudor, el temor al rechazo que todos ellos padecen.

Isabella Boscov, en su reseña para Veja cinema, subraya la diferencia entre esta obra y ciertos clásicos de Hollywood –como Semilla de maldad– en los que la buena voluntad de un docente carismático logra barrer con las resistencias de los adolescentes, desvanecer la hostilidad e instaurar la armonía. En Entre los muros los conflictos nunca se resuelven de manera definitiva. Hay una tensión permanente entre la tendencia a exigir a los alumnos lo que no pueden dar –por ejemplo la adecuación a códigos que les resultan bizarros e incomprensibles– y la dificultad para percibir y dar cauce a sus verdaderas capacidades.

La escuela del film cuenta con condiciones que –comparadas con la experiencia cotidiana que enfrentamos en esta región del mundo– pueden resultar ideales: buena infraestructura, espacios para el debate con los colegas y los directivos, adelantos tecnológicos a disposición de los alumnos, docentes y autoridades con buena formación, creatividad y predisposición al diálogo, espacios para la participación de representantes estudiantiles, familias que responden a las convocatorias escolares… Ninguna de las coartadas habituales para explicar los fracasos y las frustraciones de la experiencia educativa está disponible. Los debates entre los docentes sobre la disciplina y las sanciones dejan en claro que tampoco el castigo resuelve los temas de fondo.

Entre los muros no busca ni ofrece respuestas fáciles: los intentos de M. Marin se ven, ocasionalmente, coronados por algún modesto éxito. Por ejemplo, la deliciosa escena en que el problemático Souleyman logra encontrar un camino alternativo para hacer la tarea y construye su autorretrato a partir de fotografías de su grupo familiar, con pequeños epígrafes. El adolescente recibe la felicitación del profesor, con expresión de feliz incredulidad, tan fuerte es el temor de que el elogio sea solo una burla. Sin embargo, el contacto logrado es efímero. Poco después, el mismo alumno, justamente cuando intenta llevar a cabo un acto noble –defender a sus compañeras de un abuso de autoridad del docente–, se ve acorralado por los conflictos con sus compañeros, sus dificultades para controlar la agresividad, la compleja problemática familiar y la normativa institucional, que acaban determinando su expulsión.

Y el creativo y tolerante profesor también debe afrontar un justificado cuestionamiento de alumnos y colegas, cuando pierde los estribos y les falta el respeto a sus alumnas.

No hay ángeles ni demonios en la clase de Cantet, tampoco salidas obvias al laberinto en que nos mete, donde la incomprensión y la frustración acechan a cada paso. Pero también la sorpresa, el hallazgo inesperado. Al final del film, la perspicaz y desafiante Esmeralda abre un resquicio a la utopía. Perplejo, Marin la escucha comentar con toda naturalidad su fascinación por La república de Platón –que leyó por su cuenta– y explicar a la clase su interpretación de la mayéutica socrática:

Esmeralda: —Mmm.. hay un tipo… ¿cómo se llama..? ¡Sócrates! Aparece y para a la gente por la calle y les hace preguntas: ¿Estás seguro de saber lo que estás pensando? ¿Tienes la certeza de saber lo que estás haciendo? Y por ahí va… Entonces las personas se quedan confusas y se hacen preguntas. Es muy fuerte.

Marin: —¿Y sobre qué cosas pregunta?

Esmeralda: —Sobre todo. El amor, la justicia, la religión, las personas… sobre todo.

El film se cierra, pues, recuperando esta antigua apuesta al diálogo sin preconceptos y a la capacidad de interrogarse como fuentes de construcción de saber. Ideas antiguas de un hombre considerado, en su tiempo, el más sabio del mundo.

Entre los muros comentado por sus responsables:

Entrevista con Esmeralda,en francés: http://www.youtube.com/watch?v=mQFxNC1AArA&feature=related
Comentario del director Laurent Cantet, en inglés con subtítulos en portugués:
http://www.youtube.com/watch?v=qbe6MwzImQ4&feature=related

* Autor: María Elena Qués |
* 25-06-2009 |
* 20 comentarios
EN EDUCARED.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me parece buenísima la propuesta del cine para indagar acerca de los problemas actuales que atraviesan nuestros estudiantes.Sabemos que la complejidad de nuestra sociedad condena a muchos adolescentes a tener esa visión polarizada de no saber cómo se resuelven los problemas afuera de " los muros" que los encierra en el colegio.Nosotros como docentes tenemos el deber de brindarles las armas para poder enfrentar la vida.Una de esas armas es que puedan formarse con un pensamiento crítico, con ideas propias jamás podrán esclasvizarnos.